miércoles, 4 de julio de 2012

Medianoche entre extraños - Capítulo 11º

Antes que nada, os pido disculpas, sé que peor no lo he podido hacer, pero bueno, al menos voy a intentar llevarlo hasta un final que espero os agrade.
Como sé que hace meses que no publico voy a haceros un resumen rapidito de todos los acontecimientos para que sea más fácil volver a la historia:

Bien, como sabemos nuestra prota Selene ha sido matriculado en un instituto llamado Wilmington High, en el cual los alumnos no son lo que se dice muy normales.
Su principal preocupación será Ariza, una popular sirena que decide junto a su fiel séquito gastarle una pequeña broma a la nueva. Situación que acabó terriblemente mal,cuando Ariza pierda su collar y aparentemente Selene tiene la culpa. Lo que dará comienzo a su a vez a tener que mezclarse con los gemelos vampiros, quienes procuraran que Selene odie a más no poder todo lo que tenga colmillos, pues con Bill, hace un pacto que la llevará a sus límites. 
Finalmente su profesor de física, Charlie Moore, parece estar vinculado con Ariza, y aunque Selene consiga haberse quitado de encima el problema con la sirena, aún está unida a los Kaulitz, ahora a Tom. Pero no por mucho tiempo, el guapísimo hombre lobo Andreas la libra de su pacto con ambos, aunque no de la mejor manera, pues ahora Wanda, su tía, lo sabe y no está demasiado contenta con todas las cosas que Selene le ha estado ocultando. 
Selene es cambiada de instituto, volviendo así a vivir en el pueblo de Wilmington y alejándose así de los Kaulitz, Ariza y por desgracia también de sus amigos Jannette y Georg. 


Medianoche 11º - La realidad es rara





Lentamente la inquietante silueta del instituto se alejaba a medida que nos adentrábamos en el pueblo, el cual no pisaba desde aquel Halloween que hasta pánico me daba recordar, pero que me era inevitable, al fin y al cabo los malos recursos nunca desaparecen. Pensar en Halloween me recordaba inmediatamente a Tom y a Bill, aquellos dos chupópteros que gracias doy, por no tener que volver a ver.
Habré decepcionado a Wanda, pero aunque el peso del remordimiento aún me afligiese, me encontraba mejor sabiendo que había acabado con mitad de mi problema. La otra parte me esperaba en la casa de ella, cuando tuviéramos que encontrarnos cara a cara y lo único en lo que pudiera preguntarle fuese por qué: ¿Por qué me trajo aquí si sabía lo que me encontraría? ¿De verdad no pensaba en otras opciones o es que quería que yo lo supiera?
 Cuando el coche por fin se detuvo, no fui capaz de decirle nada, sólo de recoger mi caja y caminar hacia la puerta a través del patio, similar a la de la casa de Halloween. Sólo que nuestro jardín ya estaba casi seco; quedaban algunas zonas verdes, pero nada que ver con como estuvo. Lo que sí continuaba igual era la fachada, blanca y de madera, típica casita americana de pueblucho, pero que aún así, me traía buenos recuerdos, o al menos mejores que la residencia.
 Dejé de mirar la fachada cuando Wanda pasó ante mí con su maleta, para luego abrir la puerta, sin ni si quiera intercambiar palabras. Si bien nunca hemos tenido mucho contacto, pero aquello se estaba empezando a convertir en una tortura. A lo mejor incluso, un castigo.
Por suerte el castigo imaginario se acabó al ordenarme en un tono adusto que esperase en la puerta, y aunque molesta obedecí abrazando  la caja que estaba a punto de caerse de entre mis manos.
Cuando la luz se hizo en el estrecho pasillo entré casi corriendo hacia el salón, donde dejé la caja junto a la mesilla, para luego dejarme caer en el sofá. A pesar de no haber hecho ningún esfuerzo físico, estaba cansada, tenía incluso sueño y eso que eran casi las seis y media.
– Necesito que me ayudes –, habló en un tono poco amistoso, para luego lanzarme una mirada amenazadora.  Pero aquel viejo sofá marrón tenía buena pinta y yo sólo quería quitarme las converse y echarme una buena siesta ahora que estaba en casa. Mi hogar de verdad, uno en el que nadie pudiera hacerme daño, o no al menos ese tipo de dolor que la situación con los gemelos me había producido. Y a pesar de que la casa apestaba a cerrado y a fruta rancia, aquello era mil veces mejor.
A regañadientes me separé del sofá y rodeando la mesilla me encontré con ella entrando levemente cubierta de nieve. Entonces lo recordé, y una sonrisa de verdad, se dibujó en mi rostro. Samuel vendría esta navidad a visitarnos y ya no estaría a solas con Wanda.  Imaginarlo me llenó de alegría y salí bajo la nieve a recoger la última maleta, la mía de hecho. Cuando subí a mi habitación, encontré a mi tía esperándome en ella. Aquel era el momento perfecto para soltarme la charla y entonces no habría vuelta atrás. Sin embargo no lo hizo y sólo me preguntó si quería algo de la tienda que había dos manzanas más abajo.
Obviamente no lo esperaba y por ello contesté un tajante no, que en realidad no quise pronunciar en aquel tono. Ella se alejó de mi cama y dejó las sábanas violeta sobre ésta antes de acercase a donde yo estaba, cerca del marco de la puerta.
– Tenemos que hablar de muchas cosas –, dije comprendiendo que tenía que ser yo la que sacase el tema. 
– Lo sé –, contestó antes de marcharse, dejándome algo sorprendida por su reacción. Tal vez era mejor dejarlo para mañana, total, no tenía nada que hacer. Aunque ella a lo mejor sí, en realidad no sabía si seguiría siendo profesora en el instituto o no. Y una vez más otra duda se sumaba a mi ya larga lista.
  Dejé la maleta al lado de mi escritorio y aunque sabía que tenía que ordenarla antes de que se arrugase mucho, prefería empezar poniendo mi portátil a cargar y ya de paso empezar a integrarme en la realidad. Una de las cosas que menos gracia me hizo al ir, fue enterarme de las restricciones que había en páginas como facebook y twitter, que aunque me sirvió para olvidar a mis antiguas y malas amigas y de mi ex, no me fue de mucha ayuda al enterarme del secreto del instituto y menos cuando comenzó todo el lio.
El sueño llegó antes de que decidiese y sólo me limité a darme una ducha rápida y dormir profundamente, que después de todo, me lo merecía.
  Por desgracia, mi idea de pasarme el día jugando a The Sims Social y estar mirando el perfil de mis antiguos amigos, se frustró cuando la voz ronca de Wanda me despertó.
No tenía ni idea de qué hacía despertándome tan temprano, por lo que me limité a soltar un quejido tipo zombie en respuesta, pero su voz seguía sonando desde el final del pasillo, lo que hizo que me mosqueara,  porque al mirar el reloj pude ver que sólo eran las cinco y media de la mañana.
Cuando se acercó a mi habitación en vistas de que me mostraba incapaz de separarme de mi cama, pude verla a través de mis pelos revueltos y mis legañas.
 – Vas a llegar tarde a clase –, gruñó.
Aquellas palabras me abrieron los ojos mejor que un chorro de agua congelada.
¡A clase dice! ¿Pero cuando hizo la matricula? En serio, después de todo un semestre cargado de sobresaltos no me va a dejar un rato de paz y tranquilidad.
– Faltan dos días para las vacaciones de navidad –, me quejé. 
– Te recuerdo que has suspendido la mayoría de las asignaturas –, respondió ajustándose el lazo de su albornoz azul.
Me negaba. No podía ir a clase tan pronto… ni si quiera me he mentalizado. ¡Tendré que volver a verles a todos!  A mis “amigas”, a mis compañeros, a mis antiguos profesores. Y todos y cada uno de ellos me harían la misma pregunta: ¿dónde has estado? La formularan de miles de maneras, pero al final lo mismo. Y yo siempre tendría que responderles lo agradable que había sido estar en Wilmington High, después de recordar los peores meses de mi vida.
– Después de vacaciones –, dije intentando persuadirla.
– No, ahora –, contestó tajantemente –. Tú mochila, te espera abajo. Pero no esperes que vuelva a preparártela.
Se marchó sin más, dejándome agobiadísima por tener que volver a una rutina que ni de lejos pensé que comenzaría tan pronto. Y además lo tenía todo pensado, al final sí que hubo un castigo.
 Salí de la cama a regañadientes, para luego ducharme y más tarde vestirme, tenía tiempo de sobra como para vestirme diez veces. En realidad, Wanda se había pasado un poco con esto de despertarme temprano. Solía ser yo la que se ponía el despertador antes, pero como supuestamente hoy no tenía clase, no me molesté ni en sacarlo de la caja.
La ropa que me puse estaba más que arrugada, aquello de dejar la maleta con la ropa dentro fue lo peor que pude haber hecho,  así que mi primer día entre mis antiguos compañeros, lo haría vestida bastante mal, porque encima la mejor ropa estaba sucia.
Por suerte, podía peinar mis cabellos castaño rojizo a mi gusto. Tenía a mi disposición cualquier opción, por lo que me decanté por tomarme un tiempo en alisarlo. Luego puse algo de rímel en mis pestañas, y con aquel último gesto contemplé el resultado en el espejo del baño. Al menos iría “bonita”.
Como de costumbre se me hizo tarde, y el sonido del timbre del colegio se confundió con el de la iglesia que estaba casi delante de casa. En aquel instante, empecé a verlo todo como en un sueño, me movía, pero lo veía todo tan irreal que apenas parecía que estaba ahí. Aquella sensación no desaparecía hasta que la figura más que conocida del Twin Valley estaba ante mí, y con ella la de mis compañeros, que no tardaron ni medio segundo en reconocerme.
Fue como el primer día en el Wilmington High, los que me conocieron me observaban, algunos algo descarados, otros con más disimulo, pero todos lo hicieron con asombro. Sin embargo esta vez no sentía vergüenza, fue extraño, porque pensé que sería mucho peor, y en realidad algunos me sonreían y otros me saludaban amigablemente.
El malestar en la boca del estomago que sentí antes y después de desayunar se deshizo en cada paso que daba hacia el instituto. Hasta ahora no me había dado cuenta, pero ya no tenía nada de lo que huir; no había presencias perturbadoras, miradas mortíferas, ni nada… Sólo gente normal, con problemas que cualquiera podría tener.
Y fue en aquel momento cuando sonreí sin quererlo, y no lo reprimí, porque había vuelto a casa.
La sonrisa se me quebró al ver a mi antiguo grupo de amigas. Antes fuimos tres, y el grupo se rompió, por así decirlo, cuando yo me fui. Pero al parecer habían encontrado una sustituta.   
Poco me importó, la verdad es que todavía consideraba mi amiga a Jannette, y a Georg por su puesto. Aún así siempre quedaba ese fantasma del pasado, en el cual las imágenes más memorables de nuestra amistad pasaban por mi cabeza.
Como era de esperar, me detuve a saludarlas, ellas se encontraban en el lado derecho de las escaleras que ascendía a la puerta principal. Seguían vistiendo con aquel estilo tan casual y cuidado de siempre, Mikayla no había cambiado nada, pero Alex se había hecho el piercing en la nariz como tanto le gustaba.
A la otra no la conocía, era extraña, tenía unos rasgos muy exóticos, en realidad no me parecía bonita, pero tenía algo.
Alex fue la primera en acercase a mí esbozando una blanca sonrisa, cuando me acogió entre sus brazos, sentí algo que no esperaba, nostalgia.
– ¿¡Por qué no me has avisado de que vendrías!? –, preguntó alegremente finalizando el abrazo. 
– Ni yo lo supe hasta esta mañana –, respondí. Mikayla no tardó en acercarse junto a la otra chica, quien me miraba indiferente.
– ¿De visita? –, habló mi “mejor” amiga. La otra se mantuvo a una distancia prudente, ajustándose la bufanda. Realmente aquella mañana hacía bastante frío, se notaba que había estado nevando.
– Vengo a quedarme –, solté admirando sus azules ojos.
–Pero mira que bien. Aquí te hemos echado mucho de menos, tendrías que habernos llamado de vez en cuando. De hecho, ¿a dónde fuiste?
Recuerdo que al final de curso ya no estaba muy unida al grupo, tal vez un poco a Alex. Lo cierto, es que al final me marché sin decir adonde.
– No muy lejos, a Wilmington High –, contesté. Sus expresiones cambiaron notablemente, y sólo pude mirarlas a ambas seriamente.
– Yo conozco a un chico de ahí –, habló la chica nueva, obligándome a mirarla.
– ¿¡En serio!? –, hablé sin poder contener mi sorpresa. En aquel momento un dolor afloró en la boca de  mi estomago lentamente.
Me dejó ver su rostro algo sonrojado, no sé si a causa del frío o por lo que había dicho. Pero sea como sea, me asustaron sus palabras  ahora que sabía que ahí no solo se escondían empollones.
– Y… y ¿quién es? –, pregunté sintiendo un enorme nudo en la garganta. Por primera vez mirándola a los ojos, intentando decirle con la mirada, si sabía tanto como yo de ese lugar.
– No creo que le conozcas… –, fue lo último que dijo antes de que el profesor de educación física nos llamase la atención para que fuéramos a clase.
Las cuatro comenzamos a ascender los escalones lentamente, con desgana. Aunque yo aún estaba perturbada por sus palabras.
– Me llamo Anna por cierto –, aclaró. Yo la observé nuevamente, tal vez ya notándoseme mí alarme, pues ella puso una mueca extraña y siguió mirando al frente.
Cuando quise darme cuenta, estaba sentada en mi antiguo pupitre mirando la negra y estropeada pizarra, con mi antigua profesora de matemáticas hablando sin parar, resolviendo ecuaciones.
Me importaba poco lo que dijese la señora O’Brien, era ya el antepenúltimo día de clase antes de las vacaciones navideñas. Y aunque algunos prestasen atención, yo al menos me encontraba bastante cansada como para ponerme a usar el coco ahora.
Anna estaba en la misma clase que yo, como Mikayla. Anna no paraba de levantar la mano para resolver los ejercicios, mientras la otra cuchicheaba con los graciosos de la clase en las últimas filas.
Yo antes era como ella, poco hacía por la labor, y casi siempre cateaba. Aunque cuando aprobaba, joder que si lo hacía, sacaba muy buenas notas. Cuando Wanda quiso cambiarme a Wilmington High, pensé que lo hacía para obligarme a estudiar más. No en vano era uno de los mejores institutos privados de Nueva Inglaterra, en donde solo podían entrar los mejores.
Cuando terminaron las primeras horas, las chicas, incluido Anna, nos reunimos en nuestra mesa particular en la cafetería, la cual olía tan mal como siempre. Por una vez después de tanto tiempo pude disfrutar de un grasiento bocadillo de pechuga, acompañado de patatas, y por supuesto una cola fría. Sin duda lo mejor que he comido en tiempo. Las chicas me miraron extraño al verme comer con tanta avidez, incluso Anna, pero poco me importó.
Quería volver a sacarle el tema a Anna, tenía que saber quién era. Aunque en realidad nunca me haya molestado en conocer al resto del instituto por causas obvias, algo en mí quería asegurarse de que no fuera ninguno que yo conociera. Lo que más me inquietaba era cuestionarme si a lo mejor pudo haber pasado por lo mismo que yo. Lo dudaba mucho, pero... En verdad no sabía si antes de mí estuvieron otros humanos.
Por desgracia el final del almuerzo llegó antes de lo esperado,  obligándome a acudir a mis últimas clases sin ninguna gana, y para colmo en a última hora, Lewis se encontraba en la misma clase que yo.
Intenté huir por todos los medios de tener que volver a hablar con él, pero me fue imposible no estar mirándole cada vez que le escuchaba reír desde el fondo de la clase o  hablar con alguno de sus colegas. Fue en vano negarme a observarle furtivamente, casi cuando iban a finalizar las clases,  acabó por darse cuenta y sonreírme, formándosele aquellos hoyuelos  en las mejillas, que tan adorable me parecían.
Había cambiado muy poco, o prácticamente nada desde la última vez que lo vi, recordaba poco de ese día, creo que la misma noche en la que se jugaba un partido de baloncesto fue la última vez que le vi.
Al sonar el timbre, huí de mi ex,  marchándome de la clase antes de que viniera a saludarme. La idea era fugarse a casa y aislarme del mundo en mi habitación viendo una buena serie y bebiendo chocolate caliente. Sin embargo, Alex me detuvo en la entrada antes de que pudiera salir del recinto. Para ellas, un día como hoy debía terminar comiendo pizza, y me apeteciera o no Alex tenía un poder de convicción que nadie ha podido igualar.
Aunque no me hiciera mucha gracia que Anne viniera con nosotras, por el hecho de recordarme a Wilmington, tuvimos que esperarla en las escaleras donde por la mañana las encontré. A aquellas horas de la tarde el cielo ya empezaba a oscurecerse y encima había comenzado a nevar. Y bastante además, me costó un poco reconocer la figura de la chica salir del instituto. Lo que no me costó tanto fue ver a la segunda persona, envuelta en grises y negros detenerse en el último escalón e intercambiar unas pocas palabras con la chica.
Y mientras que ella se sonrojaba por algo que él habría dicho, para mí se detuvo el tiempo, a la vez que mi corazón latía velozmente al reconocer el rostro del chico.
Verlo fuera de Wilmington no solo me sorprendió, sino que me asustó. Hasta aquel momento pensé y creí como si fuera mi religión, que ellos no podían salir de Wilmington High. Y que si lo hacían yo no estaría ahí para verlos. Sin embargo él estaba en frente mío y cada vez más cerca, porque no sé en qué momento me pareció buena idea acercarme a él. Y sólo me quedó rezar para que aquel ser volviera a las pesadillas y no a mí realidad.
– ¿Qué haces aquí –, gruñí. Él ya me miraba fijamente a los ojos, como siempre hacía. Para mi sorpresa no eran naranjas, sino de un color marrón que nunca había visto porque simplemente no existía. Únicamente él era capaz de adoptarlo cuando la gente que no sabía de su existía le veía. Una de ellos, era Anna, quien había pasado de estar sumida en la belleza de Tom a matarme con la mirada.
Ay si supiese que le estaba haciendo un favor, y que realmente estar cerca de él no le convenía por el bien de su vida.
– Me han expulsado –, habló con aquel tono de voz tan melancólico y… ¿sexy? Que sólo él conseguía poner.
Ya era bastante volver a verle, como para que ahora me dijese que se quedaría aquí. Este instituto era demasiado pequeño para los dos, y yo no soportaría tener que mirarle cada día entre mis compañeros de clase. Gente con la que llevo desde el jardín de infancia, personas con las que he crecido. Y él no era más que una parte de un pasado perturbador que intentaba olvidar.
Iba a volver a hablarle, porque aún tenía mucho que decir, cuando escuché la voz de Anna decirme de mala manera que me fuese. Escuchar su voz, que hasta aquel momento no me había parecido tan irritante, me hizo mirar a esa cara de pan que tenía.
– Dime que no te quedarás aquí –, hablé volviendo mi vista a Tom.
Él sí que era una verdadera amenaza frente a cualquier insulto que pudiera soltarme ella.
Tom se colocó frente a mí, pues antes estaba más inclinado hacia donde se encontraba Anna. Y mirándome a los ojos fijamente dijo:
– No te cruses en mi camino y yo no iré a por ti.
Su voz  me produjo un escalofrío que recorrió mi espalda de arriba abajo. Había vuelto a recordarme completamente al Tom que me quitaba la vida ahí donde él quería. Usándome, utilizándome.
Le di la espalda volviendo hacia mis amigas. Una observándome preocupada y la otra indiferente. En un segundo cambié de planes, y en casi cinco cambié de encontrarme segura, a volver a sentir miedo.
 Aunque sus palabras hubieran quedado bien claras,  seguía no sólo preocupándome su llegada a mi antiguo instituto, sino el hecho, mucho más sobrecogedor, de lo débil que era la barrera entre su mundo y el mío. Lo sobrenatural y lo normal….
  Como era de esperar, no fui con las chicas a comer pizza, sino que continué calle abajo hacia mi casa. Ignoraba cualquier cosa que pudiera distraerme, sólo miraba el suelo y él final de ésta, tratando además de esquivar cualquier otro pensamiento que no fuera andar.
Para cuando llegué ya estaba lista para contarle a Wanda lo de Tom.
Estaba claro que no valdría de nada, no cambiaría el hecho de que volvería a verle todos los días. Pero ocultárselo tampoco me ayudaría.
Lo primero que hice al entrar fue dejar la pesada mochila en el suelo del recibidor, para luego quitarme los zapatos.
– ¡Wanda! –, la llamé esperando que estuviera en casa. Tampoco me sorprendería no obtener respuesta, ella debería estar trabajando. Sin embargo, me vi subiendo hacia la planta superior movida por su voz.
Cuando la observé no pude evitar sentirme incomoda. Alisándose la falda frente al espejo de su habitación, Wanda vestía con el uniforme de Shaw’s. Una tienda que se encontraba a la salida Este del pueblo, cerca de la Merrill Drive.
– ¿Te han despedido? –, pregunté con miedo, aún mirando los colores salmón del vestido.
– Me he despedido –, sonrió intentando consolarme. Pero no lo consiguió, pues yo era culpable de que ella tuviera que renunciar.
– Podrías haberte quedado, no tienes que estar pendiente de mí las 24 horas.
– Tengo que cuidarte. Se lo juré a tu hermano, y por supuesto a tu madre.

4 comentarios:

  1. Hola, me gusta mucho tu historia ¡que bien que hayas subido!

    Ay Tom, miedito me da, espero saber qué hará Selene ahora que tiene que compartir clase con él.


    Un saludo y sube pronto, porfiiii


    Neiva

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  2. Muy bien escrito, me alegro que haya gente con esta pasión por la escritura. Saludos.
    -----------------------------------

    Te invito a mi blognovela negra que llevo escribiendo desde hace dos meses y no me va nada mal.
    http://retratodeunasesino.blogspot.com.es/

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  3. tu fic esta muy padre porfa no lo dejes inconcluso

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  4. hace tiempo leí tu fic y por cosa perdí la dirección ahora que lo encuentro me alegra pero no lo has terminado porfa termínalo

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